Matar a un ruiseñor

La historia de esta ciudad está llena de ejemplos de hipocresía y desfachatez y no han sido ni son siempre los políticos sus protagonistas. Aquellos que dicen representar a los ciudadanos en asociaciones o plataformas son muchas veces (¿cincuenta, cien, mil?, no dispongo de las herramientas precisas que midan la caradura) peores que las políticos.
A saber: los mismos que hace algo más de diez años ladrillito a ladrillito, en silencio, arrasaron Jabalcuz y lo convirtieron en el esperpento que es ahora, los mismos, se constituyen en plataforma y piden ayuda a todos los jienenses para salvar Jabalcuz. Para que los vecinos del Polígono del Valle o de Antonio Díaz se apiaden de ellos y les arreglen su patio trasero. Porque eso es lo que hicieron de Jabalcuz, el patio trasero de sus casas. Ahora quieren recuperar ese paraje emblemático a pocos minutos de la ciudad que expiró hace una décaca, sin que ningún Atticus local defendiera y evitara que mataran al ruiseñor, desterrando a miles de vecinos de su trino. Y como en la película de Mulligan y Gregory Peck, volverán a salirse con la suya con el silencio cobarde de toda la ciudad. Si había alguien que no estuviera legitimado para salvar Jabalcuz, eran ellos.

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