¿Acaso no ven tanta belleza?

Hierran quienes piensan que las ideologías han muerto. Por ejemplo, los vaivenes de los partidos, ahora hacia la derecha, ahora a la izquierda no buscan más que sublimar ese pensamiento único, ese dogma neoliberal entendido como un sistema de organización social. La ideología es como la energía, se transforma. La premisa de ‘El Gatopardo’ de mediados del siglo pasado de que "si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie" sigue en plena vigencia. El problema es que nos encontramos en un cambio de ciclo, una revolución tecnológica que aún no hemos asumido ni comprendido. Pensamos en analógico y el presente y el futuro es digital e irá asociado a nuevas formas de organización social, porque las ideologías no son más que una mera regla para convivir.

Dentro de pocos años a nuestros hijos les sorprenderá ver cómo gestionamos el fenómeno de las migraciones. Se echarán las manos a la cabeza al saber que cuando un barco rescata a un grupo de personas en mitad del mar debe esperar la autorización para ver en qué país y costa pueden dejarlos y que esa circunstancia se demora semanas generando un acalorado debate público y político. Ahora nos echamos las manos a la cabeza por quemar a los herejes en el fuego. ¡Hay tantas hogueras aún!



Dentro de unos años, décadas, esta ciudad seguirá en los últimos puestos en los indicadores socioeconómicos, tendremos varios miles de habitantes menos, una población muy envejecida, unos servicios que distarán mucho de los de otras capitales cercanas. El sector oleícola se habrá ido profesionalizando mucho más, la tasa de paro seguirá rondando el veinte por ciento y la economía sumergida sacará a flote a la mayoría de las familias jiennenses. El verano llegará más tarde y soportaremos temperaturas superiores a los 40 grados y tal vez funcione el tranvía y el Museo Ibero albergue su colección permanente y estemos dando los primeros pasos aún para convertirnos en una Smart city. Pero lo que seguirá intacto será la belleza de la Catedral despertando al final de La Carrera en las frías mañanas de invierno, el olor húmedo sobre sus piedras, sobre el lecho adoquinado de la calle Campanas; el silencio adormecido de la noche en las calles de la Merced, la niebla arropando el Palacio de Villardompardo y Santo Domingo y el murmullo quedo del paso del tiempo sobre este casco antiguo tan decadente como singular. ¿Acaso no perciben ustedes tanta belleza?

No sé si nuestra Catedral será Patrimonio Mundial alguna vez, pero sí sé que cada uno de nosotros, ya sea concejal, diputado, alcalde, abogado, actor, ‘comuniti’, director de comunicación, de márquetin digital, influyente influido, empresario listo, tonto; dueño de un perro, panadero, músico jubilado, o corredor de fondo, difícilmente pueda ser feliz lejos de esta ciudad que nos devora y seduce hasta que no somos más que pasado, memoria, letanía.

Pepe Pecas pica papas...

Ando preocupado últimamente por los altos niveles de estupidez e ingenuidad en mi sangre y ni siquiera en Google encuentro como tratarlos adecuadamente. El médico sigue empeñado en acabar con la rebelión dulce y grasa en mis venas y a mí, que no es que no me preocupe el boicot edulcorante al que me someten mis cada vez más insubordinados órganos, me inquieta mucho más la idiotez y este alelamiento que progresa adecuadamente. El paso de los años me lleva al redil que circundo desde hace media vida y ahora pienso si no será el mío otro chiquero más extenso del que no alcanzo a ver el vallado. Me da que sí.



También tengo alta la ira, pero la controlo con unos ejercicios vocales tres veces al día: Pepe Pecas pica papas con un pico, con un pico pica papas Pepe Pecas. Si Pepe Pecas pica papas con un pico, ¿dónde está el pico con que Pepe Pecas pica papas? A veces en un alarde de ingenio y arrogancia me atrevo con: Si Sansón no sazona su salsa con sal, le sale sosa; le sale sosa su salsa a Sansón si la sazona sin sal. Pero las menos, la verdad.
 El caso es que vivo en una ciudad que tiene cinco tranvías guardados en una cochera y un trazado de 4'7 kilómetros que atraviesa buena parte de la ciudad y que va camino de la década sin funcionar. Mi ciudad se llama Jaén y tiene cada vez menos vecinos, pero a los que viven aquí les gusta mucho ir a misa los domingos, a los bares y de compras fuera de Jaén. Ah, y a La Económica. Bueno, algunos también hacen deporte y corren por la calle, y por las vías del tranvía, que llega hasta un polígono industrial, perdón, hasta un polígono de mayoristas. No se lo van a creer, se llama Los Olivares. Pues en esta ciudad donde los conductores de autobuses racanean sacar una rampa para favorecer el acceso de personas con problemas de movilidad y encima hacen huelgas, nadie mueve un dedo para que el tranvía, que costó 120 millones de euros, ponga fin al medievo sobre ruedas. En esta ciudad somos más de hacer exposiciones y reivindicar señas de identidad tan insondables como una cerveza, El Alcázar. Creo, en definitiva, que esta bella villa está tan acostumbrada a tener cuatro kilómetros de aparcamiento en línea para coger a los niños del colegio, comprar pan, tabaco y tomarse una caña, que le molesta que se airee el despropósito de un tranvía en dique seco. Y es contagioso y me preocupa y no encuentro nada en internet que me aporte remedio. Tal vez, ahora que hay un proyecto para localizar los refugios antiaéreos de la ciudad podrían volver a instalar las sirenas de la guerra que anunciaban bombardeos y avisarnos cada vez que nos vayan a joder, para agacharnos. Ven, ya estamos: Pepe Pecas pica papas con un pico, con un pico pica papas Pepe Pecas. Si Pepe Pecas pica papas con un pico, ¿dónde está el pico con que Pepe Pecas pica papas?