De los acentos políticos de Jaén

Cómo me gusta que los políticos de esta ciudad, sobre todo sus concejales, hagan honor a la ‘tierra del ronquío’, a su acento, al deje lingúistico capillero que enfatiza la jota, viste de gala el sonido gutural y colecciona elles en sus alforjas vocales. Cómo me gusta escuchar en los plenos municipales a la alcaldesa (sonriente Peñalver) poner orden en el corral con esa cadencia de vocales abiertas y bocas anchas amables, que lejos de invitar al bozal, siembran la hospitalidad en oído ajeno. Sin embargo, no es el acento de la primera dama jaenera el más roto, los hay de mucho más postín que añaden el semigrito y en ocasiones el grito (y las expresiones que acompañan a nuestro noble lenguaje). Da gusto oír a los señores López y Segovia echando bravatas jaeneras mientras defienden sus enfrentadas posturas (que no lo son tanto); si a uno se le escapa un ‘la virgen’ (léase con diez o doce jotas seguidas en lugar de la aburrida ge y sin echarse a bailar si es posible), el otro se queda con el ‘ni pollas’ a punto de escapar de sus labios, mientras las no menos nobles y capilleras señoras González, Méndez, Cruz o Beltrán se echan una manita a la boca escondiendo una tímida sonrisa mientras dejan escapar un pequeño ¡ups! de sus sonrosados y perfilados labios. Las hay también (prudentes ellas) que son más de actuar que de hablar, como la señora Guerrero, aunque ella es de las que tanto dijo que ya poco le queda por decir. O las que, aunque no dijeron tampoco dicen, como la señora Aguilar. O a las que no dejan decir, como la señora Solar. Y qué decir del acento jaenero que fluye a borbotones de la boca y la cabeza del señor García Anguita, con su ronquera eterna, azote del socialismo jienense y defensor de cuantos vegetales haya censados en esta ciudad. Y está la más grande, la más jienense, el acento capillero hecho carne; el azote de los desertores de su habla abonados a las eses bárbaras del enemigo, como el señor Fernández de Moya. Ella no es otra que María del Mar Shaw, la voz de Jaén, la sonrisa de la pastira del Santo Rostro, que recoge en su verbo, la historia de nuestro lenguaje. Del señor Cano no quiero hablar, por fullero, por ir por la Carrera en coche porque le da la gana. Fullero.

Guardad la madera para San Antón

Lo lógico, reflexivo y prudente sería pedir que toda la leña de los árboles cortados y de los que se cortarán para ejecutar las obras del tranvía se guardase y se repartiese en los barrios para las próximas lumbres de San Antón (o en un ejercicio de egoísmo con cierto toque cínico, rogaría que me fueran donados para dar buena cuenta de esos leños durante el frío invierno). Desgraciadamente no se me ocurren otros usos en estos momentos, pero, ya digo, eso sería prudente y lógico. Sobre todo, después de que el proyecto del sistema tranviario estuviese en exposición pública para presentar alegaciones durante un mes con sus treinta días y sus treinta noches y nadie dijera ni ‘este árbol es mío’. Ningún concienciado medioambiental del Partido Popular, ningún inquieto ecologista con el apellido ‘en acción’ un tanto extraviado. Nadie.Por eso, después de un ejercicio honesto de reflexión, ya que tal y como dice José Luis Cano “no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos” (aunque hay quien los rompe y no hace la tortilla), lo coherente, en lugar de anunciar que se van a encadenar a los árboles o de editar videos de dudoso gusto estético, sería entonar un ‘mea culpa’, como al vecino que se le pasa pagar el IBI en período voluntario y cumple religiosamente con su recargo en lugar de meterle fuego al Servicio de Recaudación, y pedir cientos, miles de árboles, macetas para las balcones si es necesario o como digo (en tono sarcástico, que algún iluminado ecologista ya estará frotándose las manos) utilizar la leña para las lumbres de San Antón. Y más responsable aún sería frenar este circo en busca de réditos políticos si tenemos en cuenta que Ferrocarriles solicitó un informe a Ecologistas en Acción sobre el proyecto del tranvía. No seré yo quien aplauda la tala caprichosa de árboles, pero tampoco deberíamos participar del oportunismo vago y efectista de estos políticos y activistas, porque están dejando claro que no es que nos traten como idiotas a los ciudadanos, sino que sus masas grises no dan para mucho más.

Los que están y los que quieren estar

Seguro que alguna vez se han desesperado detrás de una señora con carrito, (algunas veces incluso sin él) en una acera de más de tres metros de ancho, intentando adelantar por la izquierda, por la derecha, por el centro, más sin resultado satisfactorio. Y cuando educadamente, aunque con tono amenazante, solicitas permiso para continuar tu camino, no crean que se encuentran con una respuesta del tipo: “¡Ay, perdone! No me había dado cuenta”. Que va, encima debes aguantar la bronca y agachar la cabeza sin rechistar; o han esperado pacientemente en la cola del banco para realizar una operación mientras el señor de la ventanilla le explica por vigésimoquinta vez a un joven de rojo que no puede hacer el ingreso de la factura de la luz porque ese tipo de operaciones sólo se realizan hasta las diez de la mañana, que digo yo, que si hubiera accedido la segunda vez que el joven insistió, habría dado tiempo para hacer diez ingresos del mismo tipo. Pues eso es un poco lo que pasa con Jaén, me da la sensación. Que hay gente con prisa por llegar, que quiere hacer cosas, incluso cambiarlas; y hay otros que dicen que caminan, pero sin dar un paso, que van a cero por hora y que taponan a quienes vienen detrás. ¡Qué pena, verdad! Pues no. Porque esos que vienen detrás, muchos de ellos capaces de jugar a los chinos sin monedas, no quieren más que colocarse en el lugar de los taponadores oficiales, que es donde realmente se está bien, andando despacito, sin prisa con tu carrito ocupando toda la acera o sentado en la oficina diciendo nones a diestro y siniestro. Y si alguien duda de su buena fe y les dice que son el mismo perro con distinto collar, entonces, no dudan en mostrarte el libro estilo de la ética social tatuado en una de sus nalgas para hacerle ver (pobre infeliz) que sus intenciones son nobles y no buscan nada más que el bien común, que debe ser algo buenísimo del que si algún día participamos todos se abrirá el cielo y se escucharán cantos de gloria a cuatro voces.