En un lugar del Ayuntamiento

En un lugar del Ayuntamiento, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que llegaron unos hidalgos de los de reunión fácil, nobles ideales y chancla corredora. Una olla de algo más vaca que carnero, chato de vino las más noches, duelos y asambleas los viernes y alguna que otra legaña los lunes, consumían las tres partes de su hacienda. Frisaba la edad de nuestros hidalgos con los cuarenta años; eran de complexión fuerte, enjutos de rostro y amigos de la participación. Quieren decir que tenían el sobrenombre de ‘rojos’, que en esto hay alguna diferencia en los autores que este caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaban militantes y dirigentes de Izquierda Unida. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que estos sobredichos hidalgos, los ratos que estaban ociosos (que eran los más del año) se daban a contar los huecos sin árboles de la ciudad, a proyectar miles de viviendas, a llenar los estanques de patitos y a pelearse los unos con los otros (que si uno decía que la estación de autobuses tenía que ir aquí, los otros decían que allí), con tanta afición y gusto, que olvidaron casi de todo punto el ejercicio de responsabilidad y de gobierno depositado por sus electores en ellos, y aún la administración de su hacienda; y llegó tanto su desatino en esto, que no dudaron en cambiar los discursos que antaño vociferaban con gusto y en hacer mutis por el foro cuando la casera de su hacienda los llamaba al orden municipal.
Y así pasaron los días y en efecto, rematado ya su juicio vinieron a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que les pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, dejar de ser caballeros andantes, olvidando recorrer el mundo deshaciendo todo género de agravios neoliberales y mirar para otro lado en aquellos aspectos que los enfrentaran a su casera o en aquellas cuestiones que la ciudad solicitase su opinión. Y poco más se supo de sus asambleas y de la antaño honrosa participación.

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