Érase una vez una bella ciudad más católica que
sentimental con un glorioso cuerpo policial, cuyo destacamento local
de tan noble institución nacional y española se jactaba de tener a
raya a malhechores, cacos, rateros, cuatreros, manguis y ladronzuelos
de tres al cuarto con tal celo que encabezaba cada año las
estadísticas, no solo del país, sino de la gran Europa común.
Érase una vez una ciudad a la que ni los malos querían venir, tal
era la fama de los buenos. Rara vez, como la clara excepción de la
regla, como la aguja en el pajar de la santa paradoja, como un
milerurista en el motorizado reparto a domicilio, como la jornada
semanal de cuatro días, alguno de esos cacos conseguía salirse con
la suya y delinquir impunemente ante la mirada atónita de tan
memorable cuerpo, que atónito y asombrado investigaba con ahínco y
destreza el delito. A pesar de que su pericia los llevó a anunciar
la inminente detención del desalmado o culpable autor del incendio
de un inmueble que conmovió a la ciudad, pasaron los meses sin que
el despiadado pagase por su fechoría.
Érase que esa misma ciudad saboreaba cada uno de
los chismes que a lo largo de sus empinadas calles propagaban los
muchos charlatanes que escuchaban atentamente los pocos y adormecidos
vecinos que no participaban de la estupidez colectiva y de la
malintencionada y tóxica baba de algunos miserables e iluminados.
Érase que en esta hermosa villa de basura y socavón hubo quienes
comenzaron a señalar a posibles autores del crimen, que acabó con
el sacro templo municipal del servicio público periodístico
capitalino. Fue entonces cuando algunos aduladores y necios señalaron
a este otro templo del denodano ejercicio informativo de la ciudad
como autores del siniestro y beneficiarios y artífices de un nuevo
edificio en construcción, paupérrimo aspirante a palacete
televisivo. Nada más lejos de la realidad, porque los favorecidos,
los agraciados, acababan de desembarcar en esta noble y conservadora
aldea de adoquines y muros pintados para vivir en paz, sumando y
procurando tanto bien para la villa como éxitos para su osado y
aguerrido general. Tantos necios confunden valor y precio, que dijo
Machado.
Érase también una ciudad que tenía, como todas
las provincias andaluzas, una administración periférica delegada
con unos valerosos titulares que un día sí y otro también faenaban
con energía y arrojo para resolver los problemas de todos los
ciudadanos de esta tierra de batallas y que con la misma destreza que
el intrépido cuerpo policial, tropezaban de vez en cuanto con
menesteres, nada, nimiedades como las comidas de 2.000 niños en los
colegios u operaciones sanitarias, que finalmente, resolvían los
servicios centrales, mientras nuestros representantes acumulaban
simpáticas instantáneas en la prensa diaria. Érase también que
otros cuerpos de la seguridad ciudadana y del tráfico de esta ciudad
con un tranvía guardado realizaban campañas para comprobar el
estado de los vehículos a motor que circulaban por sus calles y
multaban a aquellos que no reunían las mismas normas que incumplen
cada una de las calles de esta leal población. ¡Ay, si pusieran el
mismo celo en algunos autobuses que yo me sé!
Publicado en VIVA JAÉN el 28 de enero de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario