Venceréis, pero no convenceréis

 
Miguel de Unamuno.
A mi me gusta recordar. Quiero recordar. Lo vivido y lo aprendido, la tragedia y la alegría. Me enriquece y reconforta mirar a los ojos de mis padres, como ellos miraron a los de los suyos, y ver el pesado paso de los años asomándose al abismo del mañana. Y dentro de algún tiempo querré que quienes miren a mis ojos puedan aprender el devenir de mis días, el de mis padres, el de mis abuelos: el de nuestra Historia. No hay camino que no pueda desandarse por oculto e intrasitable que lo deje el paso del tiempo. Ayer se cumplieron 81 años desde la proclamación de la II República Española, que terminara el 1 de abril de 1939 después de tres años de Guerra Civil en España. Y yo no quiero olvidar todo aquello.

No quiero olvidar la barbarie de la sinrazón. No quiero olvidar ‘el tren de la muerte’, el primer fusilamiento masivo de aquella guerra, ocurrido el trágico 12 de agosto de 1936. No quiero olvidar que 191 personas, la gran mayoría de Jaén, entre ellos el obispo de la ciudad, fueron asesinados cuando eran conducidos a la prisión de Alcalá de Henares por su filiación conservadora y sus creencias católicas. No quiero olvidar a los 159 jienenses que los seis trimotores ‘Junkers’ de la Legión Condor alemana dejaron sin vida en las calles de esta ciudad en el bombardeo que arrasó Jaén el 1 de abril de 1937, a las cinco y veinte de la tarde. La hora quedó marcada en el reloj de la Basílica de San Ildefonso durante meses. Ninguno de ellos merecen el olvido. Porque fueron muertos por la ignorancia, el miedo, la incultura, la soberbia, la intolerancia, la intransigencia, el despotismo y el mesianismo. Nadie como el irrepetible escritor y pensador Miguel de Unamuno, que en los primeros meses de alzamiento militar apoyó al bando nacional, sentenció mejor el desprecio hacia aquella barbarie. En el acto de apertura del curso de 1936 de la Universidad de Salamanca, Unamuno, que era rector, tomó la palabra tras el discurso de José María Pemán y el del profesor Francisco Maldonado, que atacó vehementemente a Cataluña y al País Vasco. Tras una larga discusión, el rector, nacido en Bilbao, terminó diciendo: “Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España”. Al día siguiente, Unamuno fue cesado como concejal y dos meses después moría en su domicilio.

No sé cuantas veces me han vencido a lo largo de mi vida. Muchas. Sin embargo, recuerdo cada una de las veces que me convencieron. Y hoy cuando veo a algunos, cada vez más orondos, dirigentes, con los ojos llenos de odio, recuerdo aquello de venceréis, pero no convenceréis.

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