Refranes


Al final se ha hecho tarde y encuentro poca dicha en estos días en los que las sombras de los árboles apenas cobijan. Mientras espero un San Martín para cada cerdo (y hay tantos) me he empeñado en madrugar aunque la ayuda divina no termina de llegar y como parece ser que el que la sigue la consigue, ahí ando revolcándome en lo malo conocido, porque aún no se dónde buscar lo bueno que debería conocer.
 
Si estas son las tempestades del viento que sembramos, que nos hagan un refugio a todos aquellos que apenas cultivamos suspiros y que vayan a otros las ventoleras. Cansado de buscar al cojo, que a los mentirosos ya los cogí a todos, sólo espero que dejen de caer clavos del cielo, que hace tiempo que supe que nací para martillo. ¿Cuántos perros tienen que morir para que se acabe la rabia y cúanta sangre es necesario derramar para que entre la letra? Los que de fuera vinieron no sólo de mi casa me echaron, si no que me quitaron el pan, me llamaron tonto y me obligaron a beber todo el agua que siempre dije que no bebería. LLevo tantos años dejando para mañana lo de hoy, que ya ni la ocasión quita el pecado. Llevo tantos años viendo como el diablo mata moscas con el rabo, que ya no veo más vigas en ojos ajenos y apenas alcanzo a distinguir la paja que me nubla los sentidos. No crean que no he pensado en revolcarme en toneladas de moras para limpiar la mancha, pero como siempre he sido más ladrador que mordedor y no tengo la menor duda de que todos los ladrones son de mi condición, espero que todos estos males vengan por algún bien, aunque sea común. Mientras llega, voy a dejar de poner la otra mejilla que aunque los ojos que no ven no dejan sentir al corazón, las monas cada vez se visten más de seda y a mí me gustan mucho las monas, la menos monas, la seda, incluso la arpillera. De modo que prometo todos los días estar rogando a Dios y tened cuidado porque el mazo no es cualquier cosa. ¡Ah! Y se acabó lo de remojarme las barbas, que si tienen que cortarlas como las de mis vecinos, aquí los esperaré, rogando y haciendo oídos necios a tantas palabras sordas, que como a perro flaco todo son pulgas, pocas picarán este cuerpecito que calla, otroga y cada vez que puede, como las cabras, tira hacia el monte.

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