Que cese ya la música



¿Alguna vez han bailado con el diablo? No lo hace mal. Aunque te pisa de vez en cuando apenas lo sientes. Te mira fijamente a los ojos, sabiendo que difícilmente aguantarás su mirada más de unos segundos y sujeta tu cintura con tanta ternura como firmeza. Es como bailar con aquella antigua compañera del instituto que estaba enamorada de ti y a la que no podías corresponder, porque tu corazón andaba por otros caminos, ingratos también a la postre. La música que suena es machacona, chabacana, apta para descargar por internet y almacenar en el ordenador. Y larga y con estribillo y en inglés.

El problema cuando estás bailando es que no sabes porqué aceptaste la invitación, quién te condujo hasta aquel salón donde miles de almas zigzaguean. Simplemente te dejaste llevar, como tantos otros, y una vez allí lo haces lo mejor que sabes para que no te arrinconen en las frías e incómodas sillas que rodean toda la pista, donde musitan los apartados, los apestados, con los que ya nadie quiere bailar porque, o decidieron dejar de hacerlo o fueron repudiados por no respetar las reglas. Curiosamente, no se reúnen para bailar entre ellos, ni siquiera se miran a la cara, porque aunque saben que hubo otro tiempo en el que fueron libres, como todos, no recuerdan cómo llegaron a aquella fiesta de la mediocridad, de la mezquindad, del miedo, del caos. Y sienten envidia de los zapatos y vestidos de quienes bailan en la pista y mueven los pies cuando suena el estribillo.

A media altura, la sala está rodeada de cabinas de pincha-discos. Son muchas. En ellas dirigen emociones y trazan el futuro inmediato de los participantes, programando pegadizos estribillos cuando la fiesta decae. Bajo cada cabina hay un confesionario, donde cada diablo instructor de baile expía sus culpas y se da golpes en el pecho antes de enviar a otro infeliz bailarín a la silla.

No sé con quién le ha tocado bailar a ustedes, pero mi enrojecida pareja es realmente desagradable. Por eso creo que voy a intentar salir por una pequeña puerta que he visto en una esquina de la pista. ¿Me acompañan?

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