Muertos en suelo extraño

Ni siquiera con la muerte pueden eludir el desarraigo. En España el fenómeno de la inmigración no sólo se enfrenta a los problemas de la legalidad y los permisos de trabajo. Practicantes de otras religiones y ateos deben decidir en sus últimos días dónde quieren ser enterrados. Paradójicamente, su viaje en busca de una vida mejor concluye como muchas veces empieza: con las trabas que impone una sociedad con una cultura y religión distintas.
Para la comunidad islámica, la ley 26/1992, de 10 de noviembre, por la que se aprueba el Acuerdo de Cooperación del Estado con la Comisión Islámica de España reconoce el derecho a la concesión de parcelas reservadas para los enterramientos islámicos en los cementerios municipales, así como el derecho a poseer cementerios islámicos propios. En este sentido, la normativa explica: "Se adoptarán las medidas oportunas para la observancia de las reglas tradicionales islámicas, relativas a inhumaciones, sepulturas y ritos funerarios que se realizarán con intervención de la comunidad islámica local". Asimismo, añade: "Se reconoce el derecho a trasladar a los cementerios pertenecientes a las comunidades islámicas los cuerpos de los difuntos musulmanes, tanto los actualmente inhumados en cementerios municipales como los de aquellos cuyo fallecimiento se produzca en localidad en la que no exista cementerio islámico, con sujeción a lo dispuesto en la legislación de régimen local y de sanidad".
Sin embargo, para los inmigrantes, la ley se ha convertido en papel mojado en relación a la posibilidad de disponer de un espacio adecuado a sus tradiciones funerarias en los cementerios municipales.
La delegación andaluza de la Asociación de Trabajadores e Inmigrantes Marroquíes en España (Atime), calcula que en Andalucía viven unos 200.000 inmigrantes (un millón en España). En la actualidad sólo existen dos cementerios musulmanes en la comunidad, uno en Granada y otro en Sevilla. El presidente andaluz de Atime, Kamal Rahmouni, asegura que las instituciones dan la espalda al fenómeno de la inmigración en lo que a enterramientos se refiere, por lo que la mayoría opta por la repatriación. "El noventa por ciento de los inmigrantes que fallecen en España son repatriados por sus familiares", afirma. El coste del traslado, dependiendo del país de origen del fallecido, puede costar entre 1.200 y 3.000 euros. "El drama es doble, ya que además del dolor por la muerte de un ser querido, la familia se enfrenta a un pago que está muy lejos de sus posibilidades económicas. Suelen afrontarlo –continúa- mediante préstamos y con las donaciones y ayudas que reciben de instituciones y mezquitas".
El presidente de la Asociación de Mauritanos de España, Cheikh Youva, asegura que no tiene conocimiento de que ningún inmigrante de su país haya sido enterrado en suelo español. Pero en algunas ocasiones los inmigrantes no tienen familiares en España. Entonces la situación roza el esperpento. "En muchos de estos casos –sostiene Kamal Rahmouni- son enterrados en el lugar donde han fallecido. He de reconocer que algunos ayuntamientos andaluces han colaborado cuando se han producido estas circunstancias".
La culminación del drama se pone de manifiesto con los cientos de inmigrantes que mueren en el Estrecho. "Los camposantos de Algeciras y Tarifa son una referencia obligada. Cientos de cuerpos están enterrados en su suelo con una única leyenda: el número de la diligencia judicial", indica el presidente de Atime.

El "corralillo" civil
El tener que ser enterrados en nichos en suelo bendecido por la Iglesia Católica es para los musulmanes una práctica contraria a sus preceptos religiosos. Lo consideran discriminatorio y es el principal motivo por el que optan por la repatriación. Sin embargo, en algunos cementerios españoles aún existe un espacio en tierra no bendecida destinado históricamente a la sepultura de los no creyentes, practicantes de otras religiones, suicidas o, en su día, las personas fusiladas durante la Guerra Civil y la Postguerra en España. Son los denominados "corralillos civiles".
El operario jefe de cementerios en Jaén, Joaquín de la Chica, apunta que hace años que no se hace uso del "corralillo civil" en la capital, que está situado en el antiguo camposanto, inaugurado a principios del siglo XIX.
"Ahora todo el mundo recibe sepultura en el nuevo cementerio, sea creyente o no". Afirma que las culturas orientales son las más reacias en ser enterradas fuera de sus países de origen. "En los cincuenta años que llevo como operario de cementerios en Jaén nunca se ha enterrado un oriental", recuerda. En el "corralillo civil" de Jaén, conocido popularmente como el "corralillo de los ahorcados" están enterrados algunos musulmanes que no fueron, o no pudieron, ser repatriados. En principio, la Iglesia lo destinaba para las personas que se habían suicidado, ya que no podían pisar suelo sagrado. Ni siquiera entraban por la puerta principal, sino por una que conducía al "corralillo". En el caso de los fusilados, De la Chica explica que solían ser ejecutados en la pared del cementerio y que después eran conducidos a una fosa común que se encontraba junto al "corralillo". El operario del camposanto jiennense recuerda el caso de un joven que se suicidó. "Llegó, me saludó y me ofreció un cigarro. Charlamos durante unos minutos y después visitó el cementerio. Yo lo notaba un poco nervioso –cuenta De la Chica. Finalmente se despidió y se marchó". A los pocos minutos la policía avisaba al operario de que un chico se había ahorcado en el transformador que se encuentra junto al cementerio viejo.

El entierro Musulmán
La práctica del entierro musulmán tradicional también difiere sustancialmente de la cristiana y es otro de los motivos por los que se elige la repatriación. Los familiares deben obtener el certificado de defunción y el permiso de inhumación antes de preparar al fallecido para el ritual islámico. En primer lugar hay que bañar el cuerpo sin vida. Es un precepto islámico y, por tanto, una obligación de la comunidad. El objetivo de este baño es principalmente estético, una forma de presentarlo a aquellos familiares que lo despedirán. El ritual debe llevarlo a cabo una persona de su sexo y el cónyuge, preferiblemente. Una vez lavado se procede a amortajarlo. La mortaja debe ser una prenda o trozo de extensión suficiente para envolver todo el cadáver. La tradición profética recomienda utilizar tres paños blancos (sudarios) para el hombre y dos paños y más de tres elementos complementarios para la mujer, pero advierte contra el encarecimiento y la ornamentación.
La plegaria fúnebre debe realizarse de pie, calzado, sin inclinación ni posternación. Puede hacerse en una mezquita, en un salón, o bien en el solar del cementerio. En cuanto a la inhumación del cadáver, el suelo o la tierra del cementerio es la morada natural de los fallecidos según el Corán, que dice que es en este lugar donde se completa el ciclo vital del hombre. La incineración no es aprobada por ninguna escuela jurídica islámica, al igual que las bóvedas, mezquitas y tumbas. Consideran reprobable ser enterrados con ataúd o con elementos de valor.
Publicado en julio de 2003 en El Mundo de Andalucía.

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