Hamburguesas grasientas

Las malas noticias captan nuestra atención en mayor medida que las buenas. La amígdala cerebral es la responsable principalmente de esta circunstancia ya que una de sus funciones principales es la gestión del miedo. Situada en la parte interna del lóbulo temporal medial ha permitido la supervivencia de nuestra especie, ya que reacciona a las amenazas contra la integridad física, estimulando o inhibiendo la respuesta de lucha o huida. Por eso cuando hacemos zapping en la televisión o nos movemos por las redes sociales, tendemos a detenernos en noticias de robos, asesinatos, muertes, catástrofes o enfermedades. Es un mero mecanismo natural de defensa, pero que puede controlarse.

En las últimas décadas estas noticias han ido ocupando mayor espacio informativo en los medios de comunicación porque generan más audiencias y captan la atención del receptor más tiempo. Y en ese caldo de cultivo hemos llegado a la crisis del coronavirus, a una pandemia mundial que nos tiene encerrados en nuestros hogares desde hace 40 días contando muertos y contagios a diario, hipnotizados con un trágico parte matutino. Si este virus ha encontrado en nuestro cuerpo un amable huésped, los medios (todos) hemos hallado en esta enfermedad la horma de nuestro zapato. A cada uno le permite atacar de forma implacable a su objetivo. Aparte de la carga vírica fisiológica, la pandemia tiene otra carga social que huele a rancio. Y más allá de la información, el virus también está mostrando a nivel individual vanidades, excentricidades, solidaridad impostada y carencias. Lo mejor de nosotros mismos sigue intacto, pero pasa más desapercibido que nunca. 

De la misma manera que cuidamos las comidas y bebidas que ingerimos debemos hacerlo también con lo que alimenta nuestro cerebro y nuestra sociedad y ahí los medios no estamos a la altura, por muchos golpes en el pecho que nos demos. Como dice mi editor, nuestros productos huelen a alcanfor, mientras que las asociaciones de la prensa y los colegios profesionales de periodistas siguen más preocupados por los descuentos para viajar en tren que por la carroña informativa diaria.

Hoy son los paseos de los niños, mañana será la distancia entre las mesas de los bares, luego los aforos en los conciertos y los teatros. Todo es y será sospechoso, todo encerrará un peligro que nos estimule y atiborre nuestra cabeza de hamburguesas grasientas, de mensajes basura preparados en medio minuto e ingeridos en dos.

Y mientras repetimos como papagayos que todo va a cambiar seguiremos sin entender de qué va todo esto, sin comprender que no somos más que una especie compuesta por biomoléculas, por células, que realizamos tres funciones vitales: nutrirnos, relacionarnos y reproducirnos; uno más de los ocho millones de seres vivos que pululan por el planeta desde hace cuatro millones de años, solo que nosotros solo llevamos aquí 40.000 años y tal vez sean pocos para haber madurado. 

Publicado en VIVA JAÉN el 23 de abril de 2020

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