María Guadaña en los Baños Árabes de Jaén. Foto: Ramón Guirado |
Y llegó el momento más esperado por muchos de la noche. Envuelve a María Guadaña un halo literario que recuerda a Lovecraft y al realismo mágico. Sin embargo, sus letras y sus historias poco tienen de mágicas y sí de realistas. La Enlutada es la mujer de este siglo XXI, que harta de acompañar en la mesa quiere comerse el corazón de los comensales. María Guadaña nace a la par del estallido de las mujeres en España y en buena parte del mundo reclamando igualdad real. Es la voz poderosa de una mujer que quiere gritar su alma y tomarse las venganzas sociales y personales que se agolpaban en su pecho. María Guadaña es el presente, nuestra realidad social y la banda sonora de la próxima década. Y de este modo, digna y retadora, apareció en escena Doña Osamenta. “Soy la Muerte”, dijo, y el aforo se convirtió en un aquelarre. Tienen los mejicanos más de 100 maneras para llamar a la muerte, las mismas veces que podríamos alabar la actuación de María Guadaña. Mención especial merece la banda, los afilidores, como los llama ella. Gabri Casanova con su teclado dirigió con maestría, mientras Javi Geras le daba con su bajo la gravedad necesaria al rito de la batería de Rober García. Lo de Nacho Pérez a la guitarra fue simplemente de libro. Como los buenos actores no sobreactuó ni se deshizo en muecas ante el respetable. De libro, ya digo. Y Herminia. La Comadre. La responsable de vestirnos con su maravilloso luto musical, su dulce voz de ultratumba y sus lapidarias letras. Chapó señora Liberadora.
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