Ya está aquí julio, que es un mes muy simpático, calentito y, lo peor, que viene seguido de otro también muy dicharachero y cálido. ¡Qué alegría! Cuánta dicha ver cómo este dichoso eterno retorno nos quita más que nos trae. Nos quita las matutinas (bueno, a veces vespertinas) columnas de Tíscar, aunque sigue sin marchar. Nos cierra media ciudad, las cafeterías de los desayunos, la panadería de las magdalenas, el quiosco de la esquina, la programación cultural, los conciertos, los teatros, las inauguraciones, las copas de vino español, ahí es nada. Todo eso se lleva el caprichoso julito de las narices. Y por si fuera poco, este año nos deja las obras del tranvía, las de los planes alfabéticos y el apagón analógico, que mi vecina no hace más que preguntarme qué día es el apagón ese que ella piensa no encender ni una vela. “Que somos muy derrochones”. En fín, viene julio y medio Jaén vuelve a morirse de asco sin un duro en el bolsillo y sin los aires acondicinados de los bares para que estés en la terraza.
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