Los que están y los que quieren estar

Seguro que alguna vez se han desesperado detrás de una señora con carrito, (algunas veces incluso sin él) en una acera de más de tres metros de ancho, intentando adelantar por la izquierda, por la derecha, por el centro, más sin resultado satisfactorio. Y cuando educadamente, aunque con tono amenazante, solicitas permiso para continuar tu camino, no crean que se encuentran con una respuesta del tipo: “¡Ay, perdone! No me había dado cuenta”. Que va, encima debes aguantar la bronca y agachar la cabeza sin rechistar; o han esperado pacientemente en la cola del banco para realizar una operación mientras el señor de la ventanilla le explica por vigésimoquinta vez a un joven de rojo que no puede hacer el ingreso de la factura de la luz porque ese tipo de operaciones sólo se realizan hasta las diez de la mañana, que digo yo, que si hubiera accedido la segunda vez que el joven insistió, habría dado tiempo para hacer diez ingresos del mismo tipo. Pues eso es un poco lo que pasa con Jaén, me da la sensación. Que hay gente con prisa por llegar, que quiere hacer cosas, incluso cambiarlas; y hay otros que dicen que caminan, pero sin dar un paso, que van a cero por hora y que taponan a quienes vienen detrás. ¡Qué pena, verdad! Pues no. Porque esos que vienen detrás, muchos de ellos capaces de jugar a los chinos sin monedas, no quieren más que colocarse en el lugar de los taponadores oficiales, que es donde realmente se está bien, andando despacito, sin prisa con tu carrito ocupando toda la acera o sentado en la oficina diciendo nones a diestro y siniestro. Y si alguien duda de su buena fe y les dice que son el mismo perro con distinto collar, entonces, no dudan en mostrarte el libro estilo de la ética social tatuado en una de sus nalgas para hacerle ver (pobre infeliz) que sus intenciones son nobles y no buscan nada más que el bien común, que debe ser algo buenísimo del que si algún día participamos todos se abrirá el cielo y se escucharán cantos de gloria a cuatro voces.

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