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Calle Almenas. Foto: Carlos Peris. |
Hay un Jaén oculto entre sus gentes, entre las calles que se despeñan desde el pasado hacia un futuro huidizo, que cincela un presente de hastío inmerecido. Hay una ciudad que susurra al viento el esplendor perdido. Hay un camino que conduce al corazón del viajero desde la calle Buenavista hasta la plaza de Santa María, un poema que atraviesa la calle Llana y trepa hasta la Carrera de Jesús, donde el viejo torreón vigila los versos que cruzan hasta la Merced camino de la medina. Hay otra ciudad de callejuelas que mueren en señoriales solares que gritan su desdicha. Hay un Jaén Genuino que despierta y trata de zafarse de la ignominia histórica de sus señores con la esperanza de un futuro digno, que meza la belleza de la Catedral despertando al final de La Carrera en las frías mañanas de invierno, el olor húmedo de sus piedras sobre el lecho adoquinado de la calle Campanas; el silencio adormecido de la noche por Martínez Molina, la niebla arropando el Palacio de Villardompardo y Santo Domingo y el murmullo quedo del paso del tiempo sobre este casco antiguo tan decadente como singular.
Después de 46 días encerrado en casa, saliendo una vez a la semana a hacer la compra, como la inmensa mayoría de los jiennenses, a parte de a mi familia, lo que más echo de menos es a mi ciudad. A este Jaén que me mata y me azota, que me burla y me seduce. Esta crisis, que no acaba más que de comenzar con un golpe seco del que ahora nos estamos desperezando, debe servirnos para comprender de una vez por todas qué es Jaén: una capital, pequeña, amable, poblada de gente maravillosa, solidaria, que es feliz, y que disfruta y vive un estilo de vida cien por cien mediterráneo. Nada más y nada menos que eso. Y a millones de personas en todo el mundo les gustaría vivir así, pero no pueden. A miles de españoles les gustaría abandonar su estrés diario y levantarse cada día en un lugar como Jaén, rodeado de un bien cada vez más preciado, la calidad de vida.
Durante décadas nos hemos empeñado en ser quienes no somos. El coronavirus nos ha servido en bandeja de plata una cura de humildad y de sentido común que deberían tomar nota las administraciones. Jaén solo precisa servicios de calidad, transporte digno y eficaz, limpieza, cuidado de sus calles y sus parques, más zonas peatonales y empleo derivado de las singularidades y la riqueza que atesoramos. Hagamos simplemente de nuestra casa nuestro hogar. El resto lo pondremos cada uno de nosotros, como hemos hecho durante 46 días desde nuestros balcones. Se lo debemos a cada uno de los jiennenses que han perdido la vida y a cada uno de los que desgraciadamente la perderán o la perderemos.
A nivel general, la crisis sanitaria ha puesto de relieve ciertas paradojas de las que todos hablamos en estos días. Pero detrás de ellas, en muchos casos, lo que hay son disfunciones de nuestro sistema. Cuando las tecnologías nos han convertido en una aldea global, sostenida por una economía de mercado también universal, los países hemos actuado ante una pandemia sanitaria, de forma individual, como estados inconexos sin capacidad de articular medidas comunes. No podía ser de otra manera, porque las instituciones internacionales creadas a lo largo del siglo XX carecen de carácter imperativo, ya que sus decisiones no son vinculantes en su mayoría. Su naturaleza es meramente consultiva. No hay más que comprobar la evolución de las cumbres medioambientales en lo que llevamos de siglo, los diferentes conflictos bélicos o la actuación de la Organización Mundial de la Salud en esta pandemia. Para ser más claro: ¿Quien para a los Trump o los Bosonaro?
Pero después de unas reglas del juego universales, la eficiencia está en lo local, como ya ha quedado demostrado. Nuestro sistema operativo se ha reiniciado y habrá programas que no estén cuando arranque la máquina o que sea preciso desinstalar porque hayan quedado obsoletos. En el ámbito provincial y local, habrá que plantearse definitivamente si las estructuras administrativas responden a criterios de utilidad pública o simplemente mantienen un sistema político y representativo decadente e inútil. Las delegaciones provinciales autonómicas como están planteadas ahora han quedado en entredicho. Ahora más que nunca es precisa una descentralización pragmática, que ponga al ciudadano como verdadero predicado o complemento directo de la gestión eficaz. El papel de los ayuntamientos también debe sufrir un giro de 180 grados. Su estructura debe existir para garantizar los servicios básicos y sociales y para ordenar la convivencia y el futuro y modelo de ciudad que queremos. La arquitectura y el urbanismo tienen que recuperar la utilidad pública y social. El resto son competencias impostadas, inasumibles sin otra distribución de los impuestos, que han engordado plantillas ineficaces hasta llegar al colapso.
Nuestro futuro como sociedad se debatía antes del coronavirus con dos tendencias polarizadas de pensamiento político, principalmente, que cada vez más influyen en la derecha el centro y la izquierda. Los aceleracionistas, que apoyándose en la revolución tecnológica actual, buscan apartarse de los anacronismos de la izquierda tradicional, muy volcada en una ideal local de la gestión. Esta tendencia cree que la democracia necesita nuevas fórmulas de representación, más operativas y más allá de unas elecciones cada cuatro años que den carta blanca a los gobernantes, presos de una superestructura económica que dicta las reglas. Y no les falta razón. Sin embargo, también tienen delirios como la huida hacia otros planetas a medio plazo para salvar nuestra especie. En el otro extremo está la ilustración oscura, un movimiento neorreaccionario y antidemocrático con un enfoque económico libertario, conservador o nacionalista económico. Su pensamiento está influyendo a la extrema derecha de todo el mundo y radicalizando las posturas neoliberales tradicionales. Eso lo conocemos de sobra en este país.
Todas estas teorías, todo el orden mundial, ha saltado por los aires por un virus, el Covid-19, al que sucederá en otoño el Covid-20. Pero las estructuras de poder lucharán para perpetuarse sabedoras de su fugacidad y temerosas de perder su influencia y su riqueza, como viene pasando desde la crisis de 2007. Construyamos, pues, todos como pueblo, desde nuestros balcones, desde el pragmatismo, el mañana que nos apremia y dejemos la abstracción y el futuro lejano para los científicos que siempre han procurado un porvenir mejor y más igualitario para todos.
Si tú resistes, Jaén, mi bello, amable, irrepetible genuino y acogedor Jaén, resistirá.
Publicado en VIVA JAÉN el miércoles, 29 de abril de 2020