¡Qué esperábamos!



Ustedes, como yo, se preguntarán, ¿pero cómo hemos llegado a este punto? Bueno, si le damos un repaso a la Historia de la Humanidad quizá encontremos alguna pista. Comenzaré por una de las historias más antiguas, esa que dice que el Universo lo creó Dios en seis días y el séptimo descansó. Podríamos seguir con Noé, al que el diligente Arquitecto un buen día le dijo que construyera un arca de madera y que buscase y metiera en ella a una pareja de animales de cada especie porque iba a llover mucho, tanto que se inundaría el mundo. Y así lo hizo  Noé, sin reprocharle a la ‘Voz en off’ haber echado a sus abuelos del Paraíso. No les voy a aburrir con cada pasaje del Antiguo Testamento, ni con cómo semejante despropósito trató de  arreglarse siglos más tarde con tres Reyes Magos recorriendo medio mundo en busca de un niño cuyo Padre era el mismo que le dijo a Noé que hiciera el barquito, ya muy mayor, eso sí. Sin embargo, todas estas increíbles historias se han erigido en sustento de tres de las religiones más importantes del mundo: judaísmo, cristianismo e islamismo. Y no sólo eso, sino que millones de personas en el mundo aún las creen a pie juntillas.

Otra parte de la Humanidad cree que cuando morimos, nuestra alma, vuelve a nacer en otro cuerpo, afortunadamente un bebé y que vamos superando grados, como si de la escuela se tratase, hasta llegar a estadios más elevados de existencia y convertirnos en dioses en potencia. Es el hinduismo, la tercera religión de este planeta, con más de 900 millones de fieles.

Pues sobre estos pilares (y otros muchos, cada cual más original) hemos construído nuestra civilización, que llegada a la Edad Contemporánea nos ha dado ilustres personajes que han dirigido nuestras vidas. Por ejemplo, un tal Adolf Hitler, que encargó a un comité de expertos que estudiara si las langostas, centollos y cangrejos sufrían menos al introducirlos en el agua ya hirviendo o elevando paulatinamente la temperatura del agua. Los analistas concluyeron por unanimidad que el sufrimiento era menor en agua hirviendo, y Hitler prohibió cocinarlos de otra manera, mientras mataba a millones de judíos en los campos de concentración. En América también hemos tenido personajes curiosos, como Richard Nixon, que durante el entierro de Charles de Gaulle comenzó su discurso diciendo: “Hoy es un gran día para Francia”, si bien es más recordado por el Watergate. Podríamos seguir, pero creo que ya nos vamos haciendo una idea de por qué hemos llegado a esta situación y lo que es peor, lo que nos espera con la nueva hornada de políticos y pensadores.

Que estoy muy loco


Al final lo he hecho. He cancelado la cuenta en la que estaba ahorrando para salir una noche a cenar cuando me jubilara, que estoy muy loco. Tanta crisis, tanto recorte, tanto listillo haciendo predicciones, tan alta prima de riesgo, tanto tiro en el pie, tanta caza mayor y tanta  película de animación han hecho que salte en rebeldía y que haya decidido que, a partir de ahora, voy a ser un antisistema implacable, que estoy muy loco. Pero como me da tanto miedo la sangre y me sigo mareando cada vez que tengo que hacerme un análisis (de sangre, miccionar lo hago como un campeón), que nadie se preocupe que no habrá violencia.

Ya he empezado (hace apenas unos minutos) quitando el lápiz de memoria del ordenador sin seguridad, que estoy muy loco. A partir de ahora dejaré siempre la tapa del water subida allá donde esté, bueno, menos en mi casa que me riñen mucho. Pienso sacar al menos tres números, qué digo, cinco, cada vez que haga cola en la pescadería del Mercadona y por supuesto en Hacienda. Que afinen los gasolineros el cálculo porque pediré la gasolina por litros. “Treinta litros de 95, por favor”, que estoy muy loco. Y no he hecho más que empezar. Se acabó lo de echar varias cañas en un mismo bar. A partir de ahora una y pago, que eso les jode mucho a los hosteleros.

Con el coche voy a ser un temerario y no pienso abandonar el carril izquierdo nunca (aunque ahí sé que tendré mucha competencia en Jaén) y señalizaré mis giros con los intermitentes apenas unos centímetros antes. En doble fila no sé si pararé que está el coche ‘ponemultas’ a destajo últimamente, pero lo que sí haré será cruzarme por las noches el trazado del tranvía en el Paseo de la Estación de un carril a otro, que estoy muy loco. Bueno, y por supuesto, me niego a encender las luces en el paso subterráneo del Avenida. Esperaré a pagar el sello del coche al último día y todos los recibos que pueda y cuando me llamen de alguna compañía telefónica les diré que esperen un momento, que enseguida los atiendo, y los dejaré allí hasta que se aburran y cuelguen. En el cine, pienso comprarme las chucherías más ruidosas que haya.

Y lo peor lo guardo para el final: que se preparen amigos y familiares porque en sus próximos cumpleaños les regalaré discos de Pitingo, pero bajados de internet, que soy muy pirata y estoy muy loco. ¡Ah! Y cada vez que vea a Karames y Tíscar les diré que preparen un Don Juan Tenorio para Todos los Santos. Ea.

La crisis cantada


Ahora que las cosas andan más revueltas, si cabe, en esto de la crisis, tal vez sea un buen momento para ponerle música a todo lo que está pasando, por aquello de que la música amansa a las fieras, que no sé muy bien si son los mercados, nuestros socios europeos, los ineptos dirigentes o nosotros mismos. Por eso, he elegido diez canciones que podrían ilustrar estos cuatro años de infortunio económico.

El punto de partida no podía ser otro que “Money” del musical Cabaret de Bob Fosse, que ilustra a la perfección los años de bonanza económica y el culto al dinero de gobiernos y ciudadanos. “El dinero hace que el mundo gire” decía su letra. Así entramos al siglo XXI, adorando al euro y al dólar sin pensar que el feliz verano llegaría a su fin para dar paso al crudo invierno. Y así fue, en el tercer trimestre de 2008 la economía española entró oficialmente en recesión y todos tuvimos que cantar aquello de “El final del verano” del Dúo Dinámico: “Sé que en mis brazos yo te tuve ayer y nunca, nunca yo olvidaré”. ¡Qué bonito, por Dios!, aquel Chanquete y aquel verano azul.

Y entonces el Gobierno comenzó a negar la mayor y llegaron aquellos primeros brotes verdes y los españolitos comenzamos a cantar por los pasillos de nuestros trabajos, ingenuos y crédulos, aquel poema de Lorca, “Verde que te quiero verde”, en sus distintas versiones, principalmente la de Manzanita, que llamaba más al optimismo. Sin embargo, en pocos meses los españolitos cambiaron los pasillos de sus trabajos por los del paro, mientras de fondo sonaba la banda sonora de “Los lunes al sol” y el homenaje a la clase obrera que compusiera John Lennon, “Working class hero” y que decía aquello de “un héroe de la clase obrera hay que ser”.

Mientras los países árabes se revolvían en sus plazas un viejito franco-alemán escribió “Indignáos” y miles de jóvenes (y no tan jóvenes) españoles se echaron a la calle para protestar. Era el momiviento 15-M y en muchas plazas de España volvió a sonar aquella magnífica “Con la frente marchita” de Joaquín Sabina. Sin duda algo estaba cambiando en todo el mundo y la calle gritaba el himno de Bob Dylan “The times they are a changing”: “Vamos, senadores y congresistas, escuchad la llamada, no os quedéis en la puerta, no bloqueéis el paso; porque el que salga herido será el que se ha quedado atrás. Fuera hay una batalla y es brutal. Pronto sacudirá vuestras ventanas y hará temblar vuestras paredes. Porque los tiempos están cambiando”.

El PP en la oposición tarareaba el “Loco por incordiar” de Rosendo, recogido ahora por la nueva oposición del PSOE y los jóvenes españoles no podía más que cantar un día tras otro, sin trabajo, sin casa, sin dinero, “Un buen día” de Los Planetas. Ahora, entre recorte y recorte, sólo nos queda levantarnos cada mañana y escuchar al maestro Serrat y aquello de “Hoy puede ser un gran día”. “Saca de paseo a tus instintos y ventílalos al sol y no dosifiques los placeres; si puedes, derróchalos”.



Cartilla de racionamiento sanitaria


Hace un par de meses un maldito virus de esos que te atacan al estómago me llevó a las urgencias de mi centro de salud. Mientras esperaba que me atendieran llegaron dos personas. Uno era un inmigrante. La otra, una joven que lo acompañaba. Se dirigieron al mostrador y la joven explicó a la amable funcionaria (sin que tenga que servir de precedente lo de amable) lo que le pasaba. Al parecer él no hablaba bien español. La funcionaria comprobó que no tenía regularizada su cobertura sanitaria y se lo hizo saber a la joven, dándole instrucciones de qué es lo que tenía que hacer. Tras las explicaciones, la acompañante del enfermo preguntó: “¿Quiere decir eso que no lo puede ver un médico ahora?” “Claro que lo va a ver el médico de guardia -dijo la funcionaria- sólo que tiene que regularizar su cobertura sanitaria en cuanto pueda”.

Cartilla de racionamiento española.
A mí aquello me pareció estupendo. Me dije a mí mismo: joder, tenemos un sistema sanitario cojonudo, que ya quisieran en otros países. Y me gustaría mantenerlo así. Nunca he sido muy bueno con las cuentas, aunque soy consciente del gasto que supone la Sanidad Pública de la que ahora disfrutamos, pero a mí me gustaría mantenerla. Me siento orgullosa de ella. El problema es que ahora tengo una duda. Cuando el señor De Guindos, de forma demagoga preguntó a los ciudadanos si no estábamos de acuerdo con que un contribuyente que cobrara 100.000 euros al año pagara parte de su gasto sanitario, recordé que ese día no vi por allí a ningún señor que cobrase 100.000 euros al año. Y eso se nota. En principio, porque nadie que cobre esa cantidad, que es lo que ganan la mayoría de los españoles en ocho años, va al médico por la seguridad social, ni si quiera para operarse. Lo hace por su seguro privado. Por lo tanto, cobrar en función de la renta de los usuarios de la sanidad pública y que paguen más lo que más tienen no es más que un brindis al sol, porque todos deberíamos saber que finalmente serán las clases medias y bajas las que aporten su céntimos para sufragar el gasto sanitario. Hombre, y para hacer demagogia ya estoy yo y este blog, que no le cuesta nada a nadie.

El caso es que esto de la crisis, que ya nos ha tocado el bolsillo hace algunos años, ahora parece que empieza a arrimarse también a nuestra salud y nuestra educación y en eso sí que deberíamos andar muy atentos. Soy partidario de racionalizar el gasto, que en este país hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades y despreciando el valor de cada euro que gastábamos y de cada euro que invertíamos sin mirar su rentabilidad futura.Pero desde hace unos días me viene a la cabeza la figura de la cartilla de racionamiento.  El racionamiento es una asignación gubernamental de recursos limitados y bienes de consumo, una figura económica generalmente aplicada durante las guerras, las hambrunas o cualquier otra emergencia nacional. Y a mí cada vez me da más la sensación de que estamos en una emergencia nacional y que el acceso a determinados servicios podría acabar restringido como si de una cartilla de racionamiento se tratase. Andemos vigilantes.