Ningún alcalde sin su aparcamiento

Aparcamiento en altura.
Entonces, vamos a hacer un aparcamiento en el Bulevar para 4.000 vehículos. Bueno yo no y ustedes supongo que tampoco. Lo hará el equipo de Gobierno del PP en el Ayuntamiento, tal y como ya anunció su alcalde, pero con pocos detalles, que para una obra faraónica que van a hacer, de esas que tanto les gustan a los populares, nadie les va a decir cómo y cuándo tienen que presentarla. Otro parking (espero que sin paso subterráneo, que como tenga el mismo tráfico que el del Avenida bien podría instalar el mercadillo los días de lluvia). A este paso, al menos en Jaén, las siglas PP bien podrían ser Planificamos Parkings.

El caso es que a menos de doscientos metros de donde en su último mandato construyeron el mayor aparcamiento de la ciudad (el Avenida), que está prácticamente vacío todos los días, ahora pretenden dotar de 4.000 plazas subterráneas al Bulevar. Mientras los vecinos del casco antiguo siguen esperando un aparcamiento en sus barrios las cabezas pensantes que nos gobiernan (léase: intentan pagar cada mes las nóminas de los 1.700 empleados del Ayuntamiento) van a hacer un agujero para 4.000 coches en la zona de Jaén con más restos arqueológicos conocidos y con el subsuelo con más agua de toda la ciudad. La última obra pública que intentó levantarse en aquella zona, el nuevo edificio de la Agencia Tributaria, dio con un nuevo foso de Marroquíes Bajos, con una muralla y con litros de agua a pocos metros de profundidad. El resultado, adiós al edificio de Hacienda. Pero, al parecer, todos estos obstáculos, que se pueden salvar a costa de disparar el presupuesto normal de cualquier aparcamiento (algo sin duda muy atractivo para las empresas interesadas en su construcción y explotación) no serán impedimento para que el nuevo alcalde popular tenga también su aparcamiento en el curriculum, que no iba a ser menos que Alfonso y Miguel Sánchez.

Minucias aparte, lo más preocupante es que se pretende dotar con 4.000 aparcamientos a una zona receptora de viajeros del tranvía. Es decir, si el actual alcalde pretende algún día poner en marcha el tranvía y hacerlo rentable, lo último que debería hacer es construir este aparcamiento. Si a los más de 20.000 vehículos que cada día llegan a la capital se les hace un aparcamiento en la zona donde en el futuro estará la Ciudad de la Justicia, la Comisaría de Policía Nacional, las dependencias de la Policía Local y posiblemente la Agencia Tributaria, metámosle fuego ya al tranvía. Para hacer rentable el tranvía hay que tomar medidas que hagan rentable el tranvía.

Durante cuatro años, al ahora alcalde, señor Fernández de Moya, ha cansado a las liebres diciendo que Jaén no necesitaba un tranvía. Hemos sufrido sus obras. A mí ni siquiera me dio tiempo a montarme. Está parado. Y ahora, metemos 4.000 coches debajo del Bulevar. ¿Por qué no hacen un aparcamiento más pequeño y en altura? ¿Saben que se pueden hacer aparcamientos en altura, sin agujeros? En el centro de muchas ciudades los tienen


Que cese ya la música



¿Alguna vez han bailado con el diablo? No lo hace mal. Aunque te pisa de vez en cuando apenas lo sientes. Te mira fijamente a los ojos, sabiendo que difícilmente aguantarás su mirada más de unos segundos y sujeta tu cintura con tanta ternura como firmeza. Es como bailar con aquella antigua compañera del instituto que estaba enamorada de ti y a la que no podías corresponder, porque tu corazón andaba por otros caminos, ingratos también a la postre. La música que suena es machacona, chabacana, apta para descargar por internet y almacenar en el ordenador. Y larga y con estribillo y en inglés.

El problema cuando estás bailando es que no sabes porqué aceptaste la invitación, quién te condujo hasta aquel salón donde miles de almas zigzaguean. Simplemente te dejaste llevar, como tantos otros, y una vez allí lo haces lo mejor que sabes para que no te arrinconen en las frías e incómodas sillas que rodean toda la pista, donde musitan los apartados, los apestados, con los que ya nadie quiere bailar porque, o decidieron dejar de hacerlo o fueron repudiados por no respetar las reglas. Curiosamente, no se reúnen para bailar entre ellos, ni siquiera se miran a la cara, porque aunque saben que hubo otro tiempo en el que fueron libres, como todos, no recuerdan cómo llegaron a aquella fiesta de la mediocridad, de la mezquindad, del miedo, del caos. Y sienten envidia de los zapatos y vestidos de quienes bailan en la pista y mueven los pies cuando suena el estribillo.

A media altura, la sala está rodeada de cabinas de pincha-discos. Son muchas. En ellas dirigen emociones y trazan el futuro inmediato de los participantes, programando pegadizos estribillos cuando la fiesta decae. Bajo cada cabina hay un confesionario, donde cada diablo instructor de baile expía sus culpas y se da golpes en el pecho antes de enviar a otro infeliz bailarín a la silla.

No sé con quién le ha tocado bailar a ustedes, pero mi enrojecida pareja es realmente desagradable. Por eso creo que voy a intentar salir por una pequeña puerta que he visto en una esquina de la pista. ¿Me acompañan?